“Amarás a tu prójimo…”             

                                                          
  
Psicólogos León
“Hermanos míos: yo no os aconsejo el amor al prójimo, 
               lo que os aconsejo es el amor al más lejano.”
                                                      Friedrich Nietzsche.
Luis Darío Salamone 

1- Homo homini lupus.

En El malestar en la cultura Sigmund Freud plantea que el amor al prójimo es uno los reclamos ideales que la sociedad preten­de imponer. Se trata de un ideal de difusión universal que, si bien no sería tan antiguo, es anterior a la aparición del cristianismo quien lo ostenta orgulloso como uno de sus estan­dartes. El sentimiento que a Freud le despierta tal pro­puesta es una mezcla de asombro y extrañeza. No solamente por resultar difícil encontrar las razones o motivos para llevar adelante tal empresa, sino principalmente por la difi­cultad que entraña el llevarla a cabo. Le resulta arduo supo­ner qué es lo que podría llevar a alguien a desperdiciar su amor sin pedir cuentas, debiendo incluso sacrificarse, quizás por un otro que en verdad no sea merecedor de tal cuestión.
 
Este precepto podría encontrar su fundamento si, en el otro, el sujeto puede amarse a sí mismo; siempre y cuando ese otro tenga las condiciones tales como para poder ser e­levado a un ideal. Pero si se tratara de un extraño, y tales condicio­nes no se dieran, resultaría difícil amarlo. “Y hasta comete­ría una injusticia haciéndolo, pues mi amor se aquilata en la predi­lección por los míos, a quienes infiero una injusticia si pongo al extraño en un pie de igualdad con ellos”. La pregunta que se desprende de los razonamientos freudianos es: por qué razón está rodeado de tanta solemnidad un precepto cuyo cumpli­miento no puede ser recomen­dado racional­mente. In­cluso si el extraño resulta indigno de amor, no es capaz de albergar el mínimo amor hacia uno, por el contrario, es capaz de perjudicarme si eso le puede implicar una ventaja, el odio y la hostilidad serían monedas más razonables para pagar­le. Si encima se burla, calum­nia, ultraja, no podemos menos que com­partir el asombro de Freud frente al intento de imponer este mandamiento; sobre todo cuando es elevado al extremo: “Ama a tus enemigos”. Freud no deja de pensar en el humor de Heine cuando dice: “Sí: uno debe perdonar a sus enemigos, pero no antes de que sean ahorcados”. El enemigo sería digno entonces de ser amado como a uno mismo. Credo quia absur­dum.
 

2- La miseria psicológica de la masa.

Tras este ideal lo que pretende ser desmentido es que el ser humano está lejos de ser naturalmente amable, por el contrario, debe trabajosamente mantener a raya su agresividad. Y el prójimo es, precisamente, quien puede ofrecerse para, además de las apetencias sexuales, satisfacer dicha agresión; para ser explotado, usado sexualmente, humillado, martirizado, incluso asesinado. Ya lo había escrito Plauto: Homo homini lupus. Basta pasar revista, como lo hace Freud, por las inva­siones bárbaras, las incursiones de los hunos, la de los mongoles al mando de Gengis Khan y Tamerlán, la conquista de Jerusalén por parte de los cruzados, la última Guerra Mun­dial de la que Freud estaba tan cercano; podríamos hacer una larga lista, agregarle tantos momentos de nuestra historia… “El hombre es el lobo del hom­bre”,  y no se trata del título de un cuento infan­til. Esa hostilidad primaria amenaza a la socie­dad con su propia disolución. El ideal del amor al próji­mo como a uno mismo encuentra su peso precisamente en que nada contra­ría más a la naturaleza humana. De alguna manera, Freud antici­pa en 1929 la caída de la ilusión del comunismo que no podría contra lo pulsional. Lo que sí es posible es ligar en el amor a una multitud, con la condición de que otros no formen parte de ella, para que puedan ser los destinatarios de la agresión. Cuando se hizo del amor universal el funda­mento de la comunidad cristiana, la intolerancia se volcó hacia quienes quedaron fuera de ella. Hay un peligro que acecha a toda ligazón social, Freud lo denomina: “miseria psicológica de la masa”.
 
“Ama a tu prójimo como a ti mismo” es considerado por Freud el mandamiento cultural más reciente del superyo. Pero se trata de un mandamiento que es proclamado sin saber si puede ser obedecido, se trata de un mandamiento incumplible.
 

3- El amor al más lejano.

Esta cuestión no será ajena a los planteamientos de Friedrich Nietzsche en su Zarathustra. Quien en consonancia con la teoría libidinal afirma: “vuestro amor al próji­mo es vuestro mal amor hacía vosotros mismos”. Se trataría del intento de elevar a la categoría de virtud la huida de uno mismo. El altruismo sería un refugio sospechoso para Zarat­hustra, por lo cual no puede hacer otra cosa que aconsejar amar al más lejano diciendo: “Más elevado que el amor al próji­mo se halla el amor al lejano y al venidero; más elevado que el amor a los hombres es el amor a las cosas y a los fantasmas”. En definitiva, uno va hacia el prójimo a buscar­se a sí mismo; incluso algunos quisieran perderse, el amor a uno mismo convierte en prisión a la soledad. En la línea de los plan­teamientos freudianos, Nietzsche nos dice que son los más lejanos los que pagan el amor al prójimo: basta que se junten cinco para que un sexto tenga que morir. Como Jacques Lacan lo subrayaba: “Peligro del discurso público en cuanto se dirige justamente a lo más cercano, ya lo sabía Nietzsche: cierto tipo de discurso sólo puede dirigirse a lo más remoto”.
 
Tampoco es casual que Lacan le dedicara una clase de su seminario sobre la ética a ese mandamiento, donde considera que en El malestar en la cultura Freud se enfrenta de lleno al mismo: de él parte, sigue contra él y termina en torno a él.
 
¿Cuál es el resultado que obtiene Lacan de su lectura de este libro?: “… el goce es un mal. Freud nos lleva a ello de la mano -es un mal porque entraña el mal del prójimo”. Y por más que esto haga burlas entre sombras felices, nada puede contra eso porque lo que está más allá del principio del placer tiene sus efectos.
 
Si Freud se detiene como horrorizado ante ese ideal que pretende levantarse con todo el peso posi­ble, es porque en el prójimo lo que surge es la presencia de esa maldad fundamental que en verdad habita en mí mismo, ya que no hay nada más próximo que el próji­mo, que ese núcleo de mí mismo que es el goce y ante el cual el levantamiento de un ideal pretende poner distancia.
 
Lacan dice que parecería no haber problemas mientras se trate del bien, insistiendo en que el nuestro y el del prójimo son del mismo paño. San Martín de Tours comparte su paño, pero el mismo está destinado a circular, le pertenece al otro como a mí. El mendigo estaba desnudo, pero mendigaba otra cosa, que lo maten o que lo besen. No es una cuestión de beneficencia sino de la respuesta del amor. Insistimos, lo que se propone como verda­de­ro problema para mi amor es el goce nocivo del otro. Es en las hazañas de quienes serán beatificados donde se evidencia el más del principio del placer, en Ángela de Folig­nio, be­biendo gustosamente el agua con el que le había lavado los pies a los leprosos, atragantándose con su piel. En el hori­zonte de estos planteamientos, en el Seminario de la ética, comienza a dibujarse la figura de nuestro amigo el Marqués.
 

4- El peso de un ideal.

Freud, a través del ideal de amor al prójimo, nos introdujo en lo que Lacan llama la paradoja del goce. Sin embargo, podría pensarse que el establecimiento de este ideal, más allá de poner esto sobre el tapete, le permitiría al sujeto vivir en sociedad. Puede ser, pero todo tiene su precio. 
 
Es necesario destacar la solidaridad entre la muerte de Cristo y el amor al prójimo. Podemos palpar la presencia de eso inhumano que Freud supo cap­tar. “Amar a mi prójimo puede ser la vía más cruel”, dirá Lacan.
 
Hay algo problemático en la ley religiosa; puede observarse en las paradojas de los extremos, nos dirá Lacan, “…los de la santidad y, asimismo, por su fracaso en el plano social, en la medida en que no alcanza nada de lo que sería realización, reconciliación, advenimiento sobre la tierra de lo que ella empero promete”.
En verdad, no es que no se trate de un ideal de peso, sólo que amar al prójimo como a mí mismo puede no ser sufi­ciente para dejar de avanzar necesariamente en dirección de una crueldad, que la misma sea propia o ajena no tiene mayor importancia. La ética del psicoanálisis nos llevará en otra dirección; de lo que se trata es de poner en juego otro amor ya que, a diferencia de lo planteado al final del Seminario de la ética en relación a Antígona, las leyes del cielo distan de ser efectivamente las leyes del deseo.
 
 
 
Bibliografía:
 
La Biblia, Círculo de Lectores, Barcelo­na, 1975.
Freud, S., “El malestar en la cultura”, Obras comple­tas, Vol. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1988.
Lacan, J., El seminario, libro 7,  La ética del psi­coanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1988.
Lacan, J., EL seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1986.
Nietzsche, F., Así habló Zarathustra, Hyspame­rica, Ediciones Orbis, Buenos Aires, 1983.
 
 
Imagen: Antony Gormley

   Gran Vía de San Marcos 3  - 24001, León

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